A media noche decido salir al balcón de mi apartamento en Botafogo. Quiero saludar al Cristo Redentor.
En mi imaginación anticipo lo que veré.
El Cristo se yergue sobre el cerro Corcovado, junto a una montaña cuyas cumbres trazan la silueta de una mujer recostada. Su torso es fino, su cintura delgada, su cadera ancha.
Sé que a esta hora el Cristo resplandece en lo alto del Corcovado y contrasta con la oscuridad de la noche.
Esa imagen me creo en mi mente.
Pero al salir al balcón me encuentro con una vista inesperada, un regalo espontáneo de la Vida nocturna.
Una media luna enorme brilla sobre el cerro, como si fuera un farol divino para el Cristo. Su luz es tan nívea como la del Redentor de brazos abiertos e ilumina la silueta de la mujer-montaña.
Es tanta la belleza que me quedo extasiado contemplando la escena. Siento sin pensar. Soy pura sensualidad, puro sentimiento, puro afecto.
Agradezco a Luna su suave presencia y abro mis brazos, ofreciéndole mi calor, así como el Redentor ofrece su abrazo a la ciudad y su gente, a la bahía de Guanabara, al océano Atlántico, al mundo.
Photo Credits: Rodrigo Soldon ©